Quiere ver si le hago una señal. Siempre me ha dado risa la palabra auxilio. Yo auxilio, pido auxilio, tú me auxilias. Entre el exilio y la axila hay un tumor. Quiere que el cuerpo dé señales de que no es un tumor. Es un ganglio inflamado, una molestia sin duda. Quiere ver si la auxilio si estuviera cerca de morir, si la invitaría a viajar al extranjero si tuviera la plata, y si da el tiempo caer en una isla y naufragar por unos meses. Qué libro te llevarías. Uno que no me haga recordar lo que perdí en los bolsos y en las maletas desperdigadas en el mar. Yo no querría volver, en todo caso. Nunca lo he querido. Pero quiere ver si le doy una señal. Mis amigxs ya enviudaron, o manejan cuatrimotos, o planifican su vacaciones a Europa o a Colombia, y ven posible el proyecto de montar un camello en Capadoccia y volver con el virus de moda en sus sistemas, en un futuro. A la menor turbulencia le mastico el brazo al que me sentaron al lado. Auxilio, grito, auxilio. Nunca aprendí a pedir ayuda y en un punto incierto del agua nadie sabe. Si un árbol cae en mitad del bosque, el árbol cae. En un crujido hago la señal para que te alejes, para no aplastarte. No veo sentido en viajar, ni en estar en cualquier parte. Hay que sentirlo todo, hay que pisar la mierda y bañarse en mierda para saber lo que se siente estar fuera de la mierda. Ligereza, transcribir los días con tal fluidez, con tal descaro, que entre soñar y despertar surja una elipsis de unos minutos y una década, un instante eterno, un ratito en que su sueño se cubre con mi sueño, y es lindo despertar
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